Empecemos con un regalo: una idea que puede cambiar cómo ves tu práctica desde hoy. El Tai Chi no es solamente ejercicio, ni únicamente una técnica de defensa, es mucho más que eso. Es la oportunidad de descubrir que la belleza no está allá afuera esperando que la admiremos, sino que nace de nosotros y se expresa en cada movimiento. Y esa belleza, cuando la reconocemos, empieza a sanar, equilibrar y transformar. Eso ya es un valor que puedes llevarte ahora mismo: tu práctica es arte en movimiento.
Tai Chi es belleza por sí misma
La propuesta es simple pero poderosa: Tai Chi es belleza por belleza misma. Como el cisne que cruza la neblina de la mañana, la práctica revela la pulsión universal hacia la perfección y la armonía. John Keats lo resumió magistralmente: “La belleza es verdad, la verdad es belleza.” Y Alan Watts nos recuerda que todo en el universo tiende hacia esa perfección porque la belleza quiere completarse. ¿No es inspirador pensar que tu cuerpo, tus gestos y tu energía están participando en ese mismo impulso cósmico?
Cuando un pintor se entrega al lienzo, toda la belleza se plasma ahí. Cuando un escultor trabaja, cada golpe revela la forma latente. En Tai Chi sucede lo mismo: cada paso, cada giro, cada mano que se abre o se cierra es como un pincel que revela lo mejor de ti. Así lo entendieron los pueblos navajos cuando decían: “Si veo un mundo feo, es porque mi corazón no está bien.” La práctica entonces se convierte en medicina para el alma: reorganiza la belleza dentro de ti y, por ende, en el mundo que percibes.
Sé que muchas veces nos frustramos en los procesos: los movimientos parecen torpes, las posturas incómodas, como la fase larval de una mariposa que aún no es bella. Pero justo ahí está la enseñanza: cada etapa, incluso la más incómoda, está impregnada de belleza porque es parte del camino hacia lo que somos. Así que si alguna vez sentiste que no “te salía” bien la forma, tranquilo: estás en medio de la historia, no al final.
Un arte con reglas claras
Los artistas saben que toda buena obra tiene un punto focal: un lugar al que va la mirada y desde el cual todo cobra sentido. En Tai Chi pasa igual: a veces es la mano que conduce, otras los brazos que giran o la rodilla que se eleva. Lo importante es que cada instante tenga dirección, foco y narrativa. De lo contrario, como en el arte, nos quedamos con “papel tapiz”, sin historia. Entender esto nos da la clave: nuestra práctica debe tener siempre un hilo conductor que guíe la energía.
Hoy vivimos en un mundo donde el ruido y la prisa nos han robado el sentido de belleza. Nos acostumbramos a mirar lo feo, lo caótico, lo útil y lo inmediato. Pero Tai Chi nos recuerda que el universo mismo quiso existir porque era bello. Y si no cultivamos esa mirada, terminamos viviendo como espectadores ciegos de nuestra propia vida.
El momento de retomar ese impulso hacia la belleza es ahora. No cuando tengas más tiempo, no cuando “ya te salgan mejor los movimientos”, sino ahora, en el próximo gesto que hagas con conciencia. Cada clase de Tai Chi, cada instante de práctica, es la oportunidad de vivir una narrativa que nos cuenta la historia más importante: la de nuestra propia transformación.
👉 El Tai Chi no es un adorno en tu vida, es una vía para que la belleza —la tuya y la del universo— se manifieste. Y si quieres vivir en un mundo más bello, no hay que esperar a que cambie: hay que empezar a pintarlo con tu cuerpo, con tu energía y con tu práctica, aquí y ahora.


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