Perros, gatos y la postura en el Tai Chi: la importancia de hacerlo bien desde el principio

En la vida, como en el Tai Chi, lo que parece un detalle puede marcar la diferencia entre la armonía y el caos. Observa a un perro o un gato antes de acostarse: giran, acomodan, olfatean, se mueven hasta que encuentran la postura exacta. No aceptan un “casi”. Si los animales lo saben de manera instintiva, ¿por qué nosotros deberíamos conformarnos con menos cuando hablamos de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra práctica espiritual?

En Tai Chi, la postura no es un adorno: es la raíz de todo. Si el pie no está bien plantado, si la cadera no está alineada, nada fluye. La secuencia se rompe, la energía se dispersa y el cuerpo se desconecta del espíritu. Tomarse el tiempo para corregir la base es un acto de respeto hacia uno mismo, y también un acto de poder. Porque si no arreglamos lo pequeño, ¿cómo pretendemos sostener lo grande?

Piénsalo así: cada postura en Tai Chi es tu último gran acto sobre la tierra. Esa posición es la síntesis de lo que eres, lo que defiendes y lo que sueñas. Si lo ves desde ahí, dejar pasar un error en la base es como renunciar a tu verdad. Los Dog Soldiers —guerreros de las tribus nativas— lo sabían: una sola postura podía resumir toda su vida, su honor y su visión. Así debe ser nuestra actitud.

Ahora bien, la vida moderna nos exige lo mismo. Emociones reprimidas, estrés tragado sin digerir, frustraciones que escondemos… todo eso se acumula en los tejidos del cuerpo. Enfermedades, ansiedad, agotamiento. Mientras tanto, los perros y gatos que mencionábamos antes no guardan nada: cuando sienten, actúan, liberan, se sacuden y vuelven a estar plenos. Nosotros, en cambio, pretendemos que no pasa nada. ¿El resultado? Vivimos cansados, tensos y desconectados.

La enseñanza es clara: necesitamos un espacio diario donde esas energías se transformen en movimiento consciente. No basta esperar a las vacaciones o al fin de semana. El Tai Chi, el Qi Gong y la práctica corporal consciente son la medicina real: nos enseñan a sentir, a permitir y a liberar. Así no solo evitamos enfermar, también recuperamos la frescura de estar presentes como los animales: limpios, vitales, brillando en el momento.

Y aquí viene un punto fascinante: aunque los cuadrúpedos parecen tener todas las ventajas —fuerza, estabilidad, velocidad— hay algo en lo que el ser humano es insuperable: la resistencia. Gracias a nuestra verticalidad, podemos ahorrar energía, mantenernos de pie durante horas y correr distancias que ningún animal soporta. Somos, por diseño, maestros de la perseverancia. Y esa misma cualidad es la que podemos entrenar en nuestra práctica: paciencia, constancia y firmeza para sostenernos aunque la vida nos empuje a caer.

Entonces, la invitación es simple: no pases por alto tu postura, tu base. Ajusta, corrige, repite. Hazlo hoy, hazlo mañana, hazlo siempre. Porque cada vez que lo logras, no solo perfeccionas un movimiento de Tai Chi: refinas tu carácter, liberas tus emociones y recuerdas que eres capaz de resistir más que cualquier otra criatura en este planeta.

No lo dejes para después. La historia —tu historia— está esperando a que tomes la postura correcta y hagas lo que viniste a hacer: ser tú mismo, completo, firme y verdadero.

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