Antes de soñar con movimientos sofisticados, explosiones de energía o aplicaciones marciales, hay que comenzar por lo esencial: la postura. La estructura correcta del cuerpo es la raíz del Tai Chi Chen. Sin raíz, no hay árbol; sin base, no hay forma. Por eso, lo primero que aprendemos no son técnicas espectaculares, sino a estar de pie correctamente, a respirar en equilibrio y a soltar el cuerpo hasta que se convierta en un todo integrado.
La regla más clara es que el cuerpo debe estar derecho. No se trata de estar rígido como un palo, sino de mantener la columna en posición neutra. Imagínalo como una línea invisible que conecta hombros y caderas: debe permanecer paralela y sin inclinaciones. Al inclinarte, aunque sea un poco, la energía se dispersa y la raíz se debilita. Cuando la espalda está en su lugar, el qi circula libre y la mente descansa.
El torso, entonces, debe moverse como una sola pieza. Los hombros no pueden ir por un lado y la cadera por otro. Esa unidad da solidez y evita que pierdas balance. Piensa en ello como si tu cuerpo fuese un bloque flexible: estable, pero capaz de adaptarse a cualquier dirección sin perder integridad.
La pelvis ocupa un lugar central. Muchos principiantes se confunden sobre cómo colocarla, pero la clave está en mantener paralelas las líneas entre abdomen y espalda baja. Esa alineación asegura integridad estructural y permite que la energía fluya sin trabas. Con el tiempo y la relajación, el cuerpo encuentra por sí mismo el punto exacto de equilibrio.
Otro detalle crucial es la relación nariz–ombligo. El cuello no se tuerce, la cabeza no se adelanta ni se atrasa; la nariz se mantiene en línea con el centro del cuerpo. Esta simple referencia previene tensiones y mantiene el flujo equilibrado entre arriba y abajo.
Los brazos también tienen su ciencia: los codos caen, los hombros descansan y las axilas no se cierran. Siempre debe haber un espacio bajo las axilas, porque ese vacío da ligereza y flotabilidad al cuerpo. Además, la muñeca nunca se dobla: se mantiene recta para que la energía pueda llegar a las puntas de los dedos sin interrupción.
En cuanto a las piernas, ellas cargan el peso, no el torso. Al flexionarlas como si te sentaras en un banco invisible, el cuerpo encuentra su “sung”: un estado de relajación activa donde la parte superior se siente ligera y las piernas se vuelven firmes y llenas de vida.
Estos principios pueden parecer simples, incluso demasiado básicos. Pero quienes los practican consistentemente descubren que son los cimientos sobre los que se construye todo el arte del Tai Chi Chen. Los maestros insisten en que el secreto no está en hacer mucho, sino en hacer bien lo esencial. Esa constancia, aplicada día tras día, transforma la práctica en algo profundo y poderoso.
Hoy más que nunca necesitamos volver a la base. El mundo nos empuja a la velocidad, pero el Tai Chi nos recuerda que la verdadera fuerza está en la calma, en la paciencia de construir desde lo pequeño. Si no fortaleces tu raíz, tarde o temprano la forma se derrumba. Pero si lo haces, cada movimiento, cada giro de seda, será un río de energía que fluye sin obstáculos.


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