Cuando practicas Tai Chi, la primera gran lección no está en aprender movimientos complejos ni en memorizar largas secuencias; está en algo mucho más simple y profundo: enraizarte. Enraizar no es solo pararte firme, es sentir cómo la tierra te sostiene, cómo tu peso se distribuye de manera equilibrada y cómo cada movimiento nace desde esa conexión estable.
Piénsalo: un árbol sin raíces profundas se tambalea con cualquier viento, pero uno bien enraizado soporta tormentas, crece alto y da frutos. Lo mismo pasa con nosotros. Cuando aprendemos a enraizar el cuerpo, también vamos entrenando la mente y las emociones a no ser arrastradas por las prisas, la ansiedad o los problemas diarios.
Este principio lo han repetido generaciones de maestros de Tai Chi. No importa si lo practicas en un parque de China, en un dojo en México o en la sala de tu casa: todos coinciden en que el verdadero poder del Tai Chi comienza desde abajo. De hecho, en la Medicina Tradicional China se dice que al conectar con la tierra fortaleces el Qi (energía vital), alimentas tus riñones —fuente de la vitalidad— y construyes una base sólida para la salud.
Te confieso algo: al inicio parece aburrido. Uno quiere moverse, “hacer Tai Chi”. Pero cuando te das la oportunidad de sentir de verdad el piso, de imaginar que tus pies echan raíces invisibles, entonces algo cambia. Te relajas, tu respiración se calma y empiezas a notar una energía distinta subiendo por todo tu cuerpo.
¿Y qué se logra con esto? Mucho más de lo que parece:
Tu equilibrio mejora y reduces el riesgo de lesiones. Tu mente aprende a enfocarse y estar presente. Tus emociones se estabilizan, como un lago tranquilo. Y lo más importante: cada movimiento que hagas después tendrá fuerza real, no solo forma.
Hoy, en un mundo donde todo nos quiere arriba en las nubes —corriendo, compitiendo, estresados—, el principio de enraizar nos recuerda que el verdadero poder nace de estar conectados con lo más básico: el suelo bajo nuestros pies. No pospongas sentirlo; si mañana llueve, si pasado mañana estás lleno de pendientes, si el mes que viene sigues pensando “ya empezaré”, habrás perdido la oportunidad de experimentar algo que puede cambiar tu vida desde lo más simple.
Así que la próxima vez que practiques, aunque sea un minuto, detente, siente tus pies, relájate, imagina tus raíces. Ahí comienza el Tai Chi real. Y créeme: cuando tu raíz es firme, tu espíritu puede volar tan alto como quieras.


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