Hay ideas que, cuando las entiendes de verdad, te cambian la práctica, la salud y hasta la manera de ver la vida. El Supremo Extremo (Taiji) es una de ellas. Es de esos conceptos que te regalan claridad y te recuerdan que dentro de ti hay una fuerza que nunca ha dejado de moverse, incluso cuando tú sí te detuviste. Y justo por eso hoy quiero compartirte esta explicación: porque conocer Taiji no solo te hace mejor practicante… te hace más humano.
El Taiji es el gran punto de inflexión entre la nada absoluta y la existencia. Las fuentes explican que antes de Taiji está Wuji, ese vacío perfecto, sin forma, sin límites, sin arriba ni abajo. No es oscuridad ni luz. Es pura potencialidad. Y Taiji surge justo cuando esa quietud absoluta se prepara para moverse. No es “el inicio del universo”, sino la primera organización dentro del vacío, el instante donde la semilla empieza a despertar.
Aunque Taiji ya tiene “algo” de forma, sigue siendo una nada absoluta: es presencia sin separación, energía sin polaridad. Pero aquí sucede la magia. Desde Taiji se genera la primera división: las Dos Formas (Liang-yi), que conocemos como Yin y Yang. Dos espirales opuestas que nacen de la misma fuente, se persiguen, se transforman, crecen y decrecen en un ciclo eterno. Desde esa danza nacen los Cuatro Símbolos, luego los Ocho Trigramas (Ba-gua)… y con ellos, los patrones fundamentales del cosmos.
Y todo esto no está allá afuera en un libro antiguo o en un cielo lejano. También está dentro de ti. El cuerpo humano es un microcosmos del Gran Camino. Tus dos mitades, tus dos fuerzas, tu centro… todo se mueve siguiendo el mismo diagrama que describe el universo. Por eso el número cinco es el lugar del equilibrio: el soberano interno desde el que se gobierna la vida.
Cuando llevamos este conocimiento al Taijiquan, entendemos por qué la práctica no es solo “moverse lento”. Es una experiencia corporal que despierta la circulación del qi y te enseña a armonizarte con el orden universal. Movimiento genera Yang. Quietud genera Yin. Abrir y cerrar es más que una técnica: es la fórmula esencial para equilibrar tu energía.
La práctica busca unir los extremos y regresar a Wuji:
movimiento sin tensión,
quietud sin rigidez,
mente libre, cuerpo presente.
Por eso el método de enrollar la seda es tan importante. Ese trabajo circular que parece tan sutil es, en realidad, la representación física del Taiji interno. El círculo es el espíritu; el cuadrado es la forma. El Mapa del Río He y los Escritos del Río Luo no son símbolos lejanos: son mapas energéticos que el Taijiquan revive en tu cuerpo cada vez que practicas.
En síntesis, Taiji es el puente vivo entre el vacío y la manifestación. Es la matriz donde se encuentran Yin y Yang, el origen de los Trigramas y la guía de todo el Taijiquan. Practicar este arte es aprender a encender y dirigir tu propio “interruptor maestro”, ese que equilibra todo tu ser y te devuelve a un estado natural de armonía, salud y claridad.
Y justo por eso es urgente entenderlo hoy. En un mundo que empuja hacia el exceso, la tensión y la velocidad, Taiji te recuerda que el movimiento nace de la quietud, y que la fuerza verdadera proviene del equilibrio interno. No es teoría antigua: es una herramienta viva, real, transformadora… y está esperando a que la actives.

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